Las distintas formas del 9 de Julio
Por Misael Castillo *
Cuando era chico, no comprendía muy bien el significado del 9 de Julio, patria, independencia, hecho histórico. Lo primero que pensaba era que no había clases, y que ese día, me iba a quedar en casa durmiendo bajo las sábanas, calentito, porque, claro está, julio, generalmente, es un mes de mucho frío. Pleno invierno, imagínese.
Con el correr del tiempo, mis padres ya no me dejaban en casa durmiendo. Me despertaban. Me decían: “Vamos a festejar la Independencia, tenemos que ir a la plaza”. Íbamos a la plaza. Caminábamos, por las calles de un pueblito del norte santafesino.
Veíamos el desfile institucional desde la vereda. Agitábamos, a los caballos que pasaban, a los abanderados, a las instituciones, nuestras banderitas, que comprábamos en el camino a la avenida principal.
Esa fecha, era una de las pocas veces del año, donde estábamos todos juntos, donde estábamos al lado de quien sea. Y no importaba quién seas. Si ibas a la plaza, ibas a tener que meterte en el bolonqui, entre los cuerpos de la gente, para poder ver los caballos, y los niños, y los gauchos.
Esa situación, me recordaba un poco a la época de las carrosas y comparsas, donde el sentido carnavalesco, las máscaras y los trajes, nos igualaban. La gente caminaba por la calle sonriente, con una complicidad de niños. Así era, que todos y todas, abrazábamos lo mismo sin darnos cuenta, abrazábamos ese –algo- que no comprendería, hasta un tiempo después.
Mis padres son gente humilde y, creo yo, que, en algunas ocasiones, no supieron explicarme el porqué de algunas cosas. No digo que, necesariamente, la humildad tenga que ver con eso, pero muchas veces ocurre que lo que no se puede, o no se sabe, explicar con palabras, se explica con acciones. Ese es uno de los lenguajes fundamentales del amor: la imperiosa necesidad de llegar al otro.
Ellos, mi madre y mi padre, siempre me hablaban de historia, la de ellos. Me contaban sobre sus infancias, sobre sus viajes, y sus experiencias. Y yo escuchaba atento. Me gustaba escuchar sus trayectos, sus anécdotas. Cada familia tiene su historia de independencia, cada persona la tiene, cada grupo social, aunque resten tantas por escribir en esta vida que empieza todos los días.
Con el tiempo, fui descifrando ese lenguaje del amor. Esa mezcla entre la historia personal y la historia grande. Comprendí que, en los noventa, no nos fuimos del país porque sí. Comprendí que en el 2005 pudimos volver, no porque mis padres extrañaban, o quizás sí, pero también, ahora (en ese ahora), había oportunidades. Aprendí que la historia personal es el reflejo de una historia política, y que son las decisiones políticas las que, de alguna manera, propician ciertas situaciones, ciertas victorias, ciertas felicidades.
El 28 de octubre del 2019 mis padres me llamaron por teléfono. Nos dimos un abrazo virtual. Ellos desde Tostado y yo desde Reconquista. No recuerdo si fue mi padre, o mi madre, quien me dijo “Volvimos, perro”. Y yo, que a lo largo de mi vida, aprendí a descifrar ese lenguaje del amor, entendí lo que pasaba. Era la presencia de ese lenguaje que, con llevarme a la plaza un 9 de Julio a la mañana, me enseñó a luchar por mis derechos, y me enseñó que a la independencia la declararon hombres y mujeres como nosotros, gente de carne y hueso. Era la presencia de un lenguaje salido del corazón que con un “volvimos, perro” me decía que se terminaba un gobierno de ricos e ignorantes.
Al 9 de Julio, tal vez, no todos podamos explicarlo con palabras. Tal vez, incluso, no signifique lo mismo para todos y todas. Quizás, es una fecha para reflexionar sobre los acontecimientos que nos fueron marcando en nuestra historia. Quizás, es una fecha en la que podemos mirar hacia atrás y reconocernos como parte de un colectivo: llámese familia, llámese militancia, llámese solidaridad, compañerismo, empoderamiento, llámese lo que se quiera llamar.
Estamos en pandemia, es cierto. Las cosas son difíciles para todos y todas, pero el amor sigue presente. Se enciende en cada profe que le acerca a sus estudiantes un pedacito de historia. Se enciende en cada compañero y compañera a la que le cuesta dormir pensando en que todo está difícil y que se levanta, al otro día, con ganas de cambiarlo. El 9 de Julio significó en nuestras vidas la interpretación del amor, de la lucha y del empoderamiento de los sectores populares, con los que caminamos codo a codo, hasta la independencia, hasta que “la dignidad se haga costumbre”.
* Misael Castillo nació en Tostado (Santa Fe) en el año 1993. Publicó Robarle al cuerpo lo que está de más (Ediciones Presente, 2019). Formó parte de la antología Voces Entramadas (Ediciones A capela 2021) impulsada por la Biblioteca Virtual de Buenos Aires. En 2021, fue seleccionado para publicar -El tiempo cuando falta- por El andamio Ediciones (San Juan) y -Gorriones que anidan en las manos- por Falta Envido Ediciones (Tucumán). Es estudiante de Lengua y Literatura y dicta talleres de Lectura y Alfabetización. Conduce el programa radial Los días más felices. Forma parte de la Colectiva de Resistencia Poética Más Poesía.