Malvinas, 40 años: “Este aniversario es un recuerdo potenciado”

Por Francisco Terré 

Los más de 2500 kilómetros que separan Villa Minetti de las Islas Malvinas guardan tanta distancia como los 40 años que hay entre el presente y aquel 2 de abril de 1982, día del desembarco de las tropas argentinas en el archipiélago para el inicio de la Guerra con Gran Bretaña. Existen protagonistas a los que el paso del tiempo los mantiene en el ejercicio constante de la memoria, que se reafirma en cada recuerdo y cada sentimiento, y es capaz de llevarlos nuevamente al instante preciso de la historia.

Raúl Timofiejuk es Veterano de esa Guerra. El único que habita la pequeña localidad del noroeste santafesino, y que hace 37 años es el lugar elegido para vivir. Proviene de Santa Margarita, pueblo ubicado a uno 30 kilómetros al norte, donde pasó su infancia y parte de su adolescencia. Nació en la vecina provincia de Chaco en 1962, clase que, por esas cosas del destino, lo terminó llevando al conflicto bélico.



En sus manos una pequeña libreta que denota el paso del tiempo guarda fechas y anotaciones de ese singular episodio que le tocó vivir con apenas 20 años. El cuaderno sirve como respaldo de lo sucedido hace 40 años, pero ni siquiera es necesario ojearlo porque todos los recuerdos están grabados en su memoria y emergen en cada palabra.

“En el año 1982 estaba prácticamente saliendo del Regimiento de Infantería Mecanizado 12 “General Arenales” de Mercedes, Corrientes. Vuelvo de una licencia, llega el conflicto, y en ese lapso de tiempo entre el 1 y el 13 de abril nuestro Regimiento es designado para cubrir guardia de este lado del continente, en la costa atlántica de Caleta Olivia a Comodoro Rivadavia”, recuerda.

A partir de allí, “el día 13 salimos en tren hacia Paraná, Entre Ríos, y de ahí en un vuelo de Aerolíneas Argentinas a Comodoro Rivadavia, con la idea de hacer guardia fronteriza en la costa atlántica. Pero se cambia la orden, y el 23 de abril tomamos el vuelo Boeing 707 con destino a Puerto Argentino, en Malvinas, donde no pudimos aterrizar por las condiciones climáticas y debimos volver. Recién entonces la mañana del 24 arribamos a destino”.

Escuchar su relato resulta atrapante. La cronología tiene fechas, horarios, nombres, personajes, instantes, lugares, sentimientos y emociones, que permiten conocer detalles de la Guerra.



Recuerda que “el ‘teatro de operaciones’ comenzó en la Isla Soledad. En Pradera del Ganso formamos grupos de combate de 40 hombres con un subteniente a cargo, pero hasta allí, si bien hubo solo algunos ataques, no habíamos tenido batalla cuerpo a cuerpo con los británicos”.

Jóvenes de 18, 19 o como en el caso de Raúl, “que con 20 años ya era soldado grande”, fueron los argentinos que viajaron a recuperar las Islas. O, mejor dicho, argentinos a los que viles gobernantes de una dictadura militar cruel y agonizante enviaron a arriesgar su vida por una supuesta causa patriótica a la que, con habilidad y complicidades, hicieron partícipe a todo un pueblo.

Es el heroísmo de esos jóvenes -también hubo mujeres, cuya hidalguía las hace merecedoras de un capítulo aparte- el que se reconoce cada 2 de abril. Allí donde el coraje suplió la inexperiencia, el amor por la patria y la vida desafió al miedo, y el instinto de supervivencia disimuló la precariedad, es donde su figura se enaltece aún más con el paso del tiempo.

“El armamento argentino era escaso. Hubo problemas de logística. Faltó comida. Faltó comunicación”. Son algunas de las desventajas con las que también se enfrentaron los jóvenes soldados argentinos. Agravado esto por el intenso frío, que conspiraba para que “el estado de ánimo no fuera el mejor”.



Raúl rememora escenas que describen el padecimiento: “la cacería de ovejas que hacíamos era porque no teníamos comida. No había leña porque los alambrados en su mayoría tenían postes y varillas de chapa, solo algunas varillas eran de madera, y esas las usábamos para hacer fuego, que nos servía para cocinar, pero también para calentarnos”.

“La necesidad de supervivencia te lleva a esas cosas”, asegura. Además, “había que procurar que el estado de ánimo se mantenga. A mí, creer en Dios me marcaba una diferencia, no podía caerme porque sentía que me necesitaban mis compañeros. Nunca sentí miedo a que pudieran matarme; el miedo era natural, pero como un mecanismo de defensa. Había mucho coraje”.

Tres metros de largo, un metro y medio de ancho y otro metro y medio de alto. Esas eran las dimensiones de las trincheras que durante días compartieron. Ese refugio bajo tierra que ellos mismos cavaron luchando contra el agua de vertiente y la piedra fue el que los cobijó del fuego enemigo y que, nada menos, “nos salvaron de los ataques de los Royal Marines” -un cuerpo de élite de la fuerza británica-.

Allí pasaron sus horas entre el temor de la amenaza constante y la tristeza de la distancia que muchas veces pareció imposible e infinita. Esos miles de kilómetros solo se aproximaban con la llegada de alguna carta desde el continente. Leída entre lágrimas, servía para renovar fuerzas en ese rincón incómodo y hostil.

Con nostalgia, rememora: “recibí cuatro cartas: tres de personas que conocía; y otra de un alumno de una escuela del país, porque las enviaban de diferentes lugares, y aunque no era de un familiar, recibirla representaba mucho porque eran palabras de aliento. Todo eso ayudaba, era apoyo psicológico. Por eso gradezco tanto a todos los argentinos que nos enviaron cartas porque significaron algo muy necesario”.



Para fines de mayo el conflicto bélico se aproximaba a su fin, con las tropas británicas imponiéndose y los soldados argentinos resistiendo con heroísmo.

Así es como Raúl describe con precisión aquel 28 de mayo: “A partir de las dos de la mañana se libró un fuerte combate. Salimos de la trinchera caminando y a unos 50 metros nos tiramos cuerpo a tierra y los ingleses abrieron fuego dejando dos bajas para nosotros. Logramos ingresar a la trinchera y abrimos fuego con una ametralladora, hasta que matan a nuestro tirador. Ellos estaban a unos 700 metros, avanzan, y se sentían los tiros cada vez más cerca”.

Eran las diez de la mañana cuando “el subteniente que estaba en la trinchera de al lado es herido de gravedad, y con el fusil logra levantar la bandera de rendición y ahí es cuando nos rodean. Nos gritaban que salgamos. No sabíamos mucho el idioma inglés, pero lográbamos interpretar. Salimos con temor, las manos arriba. Recuerdo que antes de ordenarnos cuerpo a tierra nos revisan y a mí me sacan el cinto, un cordón, las cartas que me habían enviado, y un Nuevo Testamento que llevaba conmigo”.



Ya prisioneros, quienes no presentaban heridas, como el caso de Raúl, recibían la orden de los ingleses de relevar y atender a los heridos. “Allí fue que me encontré con compañeros heridos y otros, muertos”, lamenta y recuerda: “Pedimos asistir a los que lo necesitaban y nos dieron una lata de leche en polvo para que le diéramos una cucharada en la boca a cada uno y así puedan pasar la noche. A los fallecidos los pusieron en las trincheras, por eso siempre digo que alguno debe aún permanecer ahí haciendo guardia”.

El recuerdo de lo vivido hace inevitable la emoción. “Quien no estuvo allí no alcanza a dimensionar la guerra. Hay secuelas que no se digieren”. Sin dudarlo, afirma: “Hoy no dejaría que un hijo con 20 años vaya a una guerra”.

El trato de los británicos con los prisioneros argentinos “siempre fue muy bueno”. En esa aseveración coinciden ex combatientes. Como ejemplo de eso es que “nos daban ración de comida fría, pero bien completa, abundante”, reconoce.

Raúl recuerda los últimos días en las Islas y el regreso al país. “Éramos unos 600 prisioneros y nos habían puesto en algo así como un corral de ovejas. Después de tres días llegamos al Estrecho de San Carlos. Y a partir de allí tomó intervención la Cruz Roja Internacional, y nos subieron al buque Norland con destino a Montevideo, Uruguay, donde llegamos el 14 de junio”.

Ese mismo día se firmó la rendición definitiva de Argentina. La Guerra duró 74 días y en ella murieron 649 argentinos.



“La felicidad al bajarme del barco era indescriptible. Me sentí libre y comprendí lo difícil que es estar privado de la libertad. En ese momento me acordé de cuando éramos chicos con mis hermanos y mi abuelo nos había hecho una jaula para pájaros. Mis hermanos los cazaban y yo se los largaba. Sentí como que me habían abierto la jaula”, describo con emoción ese momento único.

Ya en el país, permanecieron algunos días en la Escuela de Suboficiales del Ejército “Sargento Cabral” en Buenos Aires, luego él en el Regimiento de Infantería N° 12 de Mercedes, Corrientes, donde finalmente le dieron la baja y pudo retornar a casa.

“A partir de allí traté de reinsertarme en la sociedad, como lo han hecho otros compañeros”. Y no duda en remarcar: “Creo que se marcó un hito en la historia por la actitud y el coraje en la Guerra. Es un hecho heroico. Algunos pudimos volver, y otros 649 quedaron de guardia en las Islas. Rindo honor por ellos y pos sus familias que se quedaron sin un integrante”.

En una de las paredes su casa, junto al Diploma de Honor, hay una foto contundente. Un instante que significa un antes y un después. Una foto que él luce orgulloso, pero que a la vez no deja de ser un recuerdo doloroso para los familiares de quienes quedaron en las Islas. “Antes de viajar a la Guerra, nos hicieron sacar una foto que quedaría en el Regimiento junto a nuestra ropa. Podíamos elegir cómo hacerla, y yo elegí con el uniforme de soldado y el arma. Quienes regresamos del conflicto, antes de volver a casa, pudimos retirarla junto a nuestras prendas. Para los familiares de quienes no regresaron, son su último recuerdo”.

Cada 2 de abril se rinde merecido homenaje a la gesta de Malvinas. Este 2022 es especial porque se trata del aniversario 40 de del conflicto. Los protagonistas argentinos que volvieron hoy rondan los 60 años y sienten el compromiso de continuar transmitiendo sus experiencias.

“Cada vez que llega esta fecha, es una mezcla de muchos sentimientos y emociones por lo vivido. Aunque pasen los años, cada vez existe una mezcla de recuerdos, por la memoria de los caídos y por los que volvimos. A medida que pasan los años esos sentimientos se ponen más fuertes y pega más el recuerdo. Este aniversario 40 es un recuerdo potenciado”, describe.

Desde los Centros de Veteranos de Malvinas que existen en el país, lo que se trata de hacer es “mantener viva la memoria haciendo charlas, compartiendo las experiencias, yendo a las escuelas, también transmitiendo a través de los hijos de Veteranos para que pase de generación en generación”. En definitiva, “malvinizar”, sintetiza.



Como habitante de Villa Minetti, en ocasiones acude a escuelas, instituciones o incluso casas de familia, a brindar charlas y recibe allí el merecido reconocimiento como ex combatiente.

Como testimonio de su experiencia, Raúl, con la ayuda de uno de sus hijos, se encuentra escribiendo un libro sobre el significado de haber estado en Malvinas, donde, reconoce, “emocionalmente hasta hace un tiempo no me animaba a volver. Pero ahora si me gustaría. Creo que estando allí me acordaría de todo”. ¿Será ese viaje el capítulo que le falta a su historia?

Mientras, el recuerdo es permanente, y los sentimientos afloran en innumerables sensaciones. Quizás la más gratificante es la libertad, que a veces se nos revela pura en la fraternal imagen de un abuelo que nos regala una jaula a la que con inocencia de niño nos animamos a abrir sus puertas para contemplar en plenitud el vuelo de un pájaro.

 

 

 

Deja una respuesta